viernes, 3 de octubre de 2008

Crónicas y descotidianidades (Introducción)

Paso mucho tiempo en el metro, algo más de dos horas todos los días, aunque le saco tanto partido a estos trayectos que ya no sé si dos horas van a ser poco... Mis oídos enfermos no me permiten hacer uso de auriculares que me aíslen, así que no pertenezco a la subespecie suburbana del mp3. No he conseguido que los periódicos gratuitos me cautiven, no porque su gratuidad deslegitime su contenido; al menos no siempre es así. No soy yo de dar cabezadas en el transporte público y, mucho menos, de conciliar el sueño. El sudoku consiguió engancharme como una serie mala, apenas dos capítulos: uno de novedad y otro de confirmación. Así que me queda dedicarme a la contemplación, a ver la vida pasar, o a aprovechar los traslados. El vagón de metro es mi despacho dinámico cuatro veces al día. Dinámico porque me trae y me lleva, y dinámico porque lo mismo se convierte en un confortable sillón con orejas para leer, que se convierte en un rincón idílico desde el que contemplar miles de paisajes que rápidamente transformo en argumentos. No hay mayor lujo para un escritor mediocre que un escaparate gratuito con tal gama. Cuando tengo la creatividad subida y me traigo la inspiración de casa, el vagón se transforma en mi despacho, donde encuentro una tranquilidad que me permite plasmar las ideas en letras. A veces, incluso, el vagón se convierte en un laboratorio sociológico que saca mi vena más ensayística. El metro, por simple densidad, ofrece en escaso espacio y poco tiempo muchas cosas. De lo mucho que ofrece, me llama poderosamente la atención algo que yo he dado en llamar descotidianidad. Por mucho que me estrujé la parte léxica del cerebro, no encontré la palabra adecuada que lo explicara, así que me inventé un palabro que tampoco lo explica del todo, pero es mi palabro. Defino descotidianidad como aquel suceso más o menos normal, cotidiano, pero que en un momento dado y en un sitio concreto deja de serlo y nos hace parar unos segundos para poder asimilarlo; está fuera de sitio. De repente, nos llama la atención algo en lo que no habíamos reparado nunca o que nunca nos había hecho reflexionar. Suelen ser pequeñas cosas que pasan desapercibidas si no prestas atención. Y suelen ser cosas intranscendentes, por lo que es sencillo que no le prestemos atención. El metro no es el único sitio en que las he vivido, pero sí donde más surgen y allí fue la primera vez que fui consciente del fenómeno, que le di forma y nombre. Aproveché para escribir esta entrada en mi blog: La descotidianidad (martes, 13 de febrero de 2007)
A los pocos días escribí otra entrada que decía:
Y otra descotidianidad más (jueves,1 de marzo de 2007)
A veces las descotidianidades dan para un comentario de bar, otras para una entrada en un blog y, las más, para diluirse en el olvido. Otras, en cambio, sirven como base para un relato. En la primera parte de este libro, Crónicas del metro, encontraréis alguno de estos relatos basados en descotidianidades, como el que escribí sobre un hombre que llevaba un reloj en cada muñeca. Crónicas del metro recoge una serie de relatos que transcurren en el suburbano, escritos gracias a musas y musos de paso, como un guitarrista zurdo o una dependiente de una tienda de ropa. La segunda parte, Crónicas desde el metro, está compuesta por relatos que no tienen nada que ver con el metro, pero que están escritos casi íntegramente en él.
Ahora, que me dedico básicamente a novelar, los vagones han vuelto a ser biblioteca. Espero que en breve, en esta biblioteca dinámica, hay gente leyendo Relatos metropolitanos: crónicas desde el metro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Como te entiendo. Paso tanto tiempo en el metro y en el tren que es imposible no prestar atención a ese mundo que se abre ante nuestros ojos. Si no te fijas eres incapaz de ver nada pero si, con el tiempo, acabas por prestar atención, se convierte en un universo aparte. A mi también se me ocurren muchas historias en el transporte público y la mayoría las voy escribiendo en el trayecto. Que remedio, en casa y en el trabajo no tengo tiempo para ello. Un placer haber llegado hasta aquí. Un saludo de una viajera

Kosmonauta del azulejo dijo...

Hola,
llegué acá linkeando desde lo de Diego.
Qué paciencia la tuya, y qué pasión por el verbo...
Yo tenía la misma obsesión por los metros. Sólo que con otra percepción, quiero decir: desde afuera. En mi actual novela hay una parte donde habla de la cuántica ordinaria de ver partir el metro a toda velocidad, momento en que el objeto se desdibuja y todo se vuelve así como zen: momento de escribir "por dentro". Pero claro, es una percepción absolutamente subjetiva. Y muy jugosa, al menos para mí.

Bueno, creo que seguiré visitando este gong. Yo también tengo, como verás :) así que pasate.
Besos... éxitos subterráneos...